La cultura política es la estirpe de la memoria construida

Resuena en mi cabeza el valor de la memoria en la cultura política del país al pluralizar los escenarios del pasado y el presente; así, facilitar la detención de patrones en el ámbito público, la variedad de correlaciones con la interactividad entre sus puntos en común, el ejercicio político y la capacidad de proveer herramientas para el cambio. 

El análisis exhaustivo de la historia permite establecer panoramas capaces de ofrecer explicaciones, perspectivas y visiones diversificadas sobre series de hechos que pueden influir en nuestra contemporaneidad. Ocultar la historia es negar realidades; y el lema “la historia la cuentan los ganadores” se reafirma en una Nicaragua doliente y fragmentada. 

La revolución popular sandinista destaca como un hito en los libros – no solo de historia – entre voces intergeneracionales que extrapolaron su causa a la educación política y la propaganda hacia la construcción de una nueva identidad nacional, creando instituciones dedicadas a la difusión de una versión única de la historia nicaragüense que se instaura y adhiere en el imaginario colectivo (Vannini, 2013, p. 3).

Curiosamente, la Teoría de la Aguja Hipodérmica – gestionada por el “Modelo de Lasswell” – calza en la práctica del Frente Sandinista de Liberación Nacional FSLN al instrumentalizar los medios comunicacionales para bombardear audiencias pasivas, homogeneizadas y masificadas con mensajes unidireccionales que instauraron una memoria “oficializada” coherente con la visión de la sociedad moldeada. 

Se ha recurrido a la legitimidad a través de la memoria por parte de los regímenes políticos para aceptación generalizada y prevalencia de la riqueza, desestimando otras versiones que fundamenten y evidencien la polarización política; en este caso, entre “sandinistas” y “no sandinistas” en disputa ante el heroico recuerdo de combatientes y la marginación a voces contrarrevolucionarias vistas como personajes antagónicos. 

A su vez, esta labor del partido de gobierno es acompañada de “la continuidad ideológica y de sus prácticas políticas (que) caracteriza a los grupos dominantes en Nicaragua a pesar de los procesos de inserción y cooptación de sectores sociales en ascenso” (Hugo, V. p. 49), siendo el reflejo de un espejo excluyente para la toma del poder; ¿quizá se han creado los cimientos de “la forma de hacer política” pese a los alegatos de transformación de la misma? 

La narrativa heredada en la memoria – olvido, las prácticas recurrentes, los mensajes posicionados y los intereses a largo plazo han creado un marco de la interpretación amplia sobre el estado de la cultura política que ha justificado el accionar de partidos, entes y movimientos sociales para trazar dinámicas conflictivas, amenazantes y sultanistas que serán reproducidas en tiempos modernos. 

La posibilidad de que la historia, la memoria y el relato transmitido vivazmente influya sobre el sistema político – es decir, sobre su eficacia o ineficiencia – puede residir en la adaptación a una cultura política que dibuja características a la participación ciudadana y ventajas que las / los actores políticos perciban sobre su actuar bajo determinadas – e intencionales – praxis; siendo una combinación de regresiones a las condiciones estructurales de las mismas pugnas de poder.

No podemos exorcizar los vicios y tragicomedias políticas sin antes reconocer nuestro profundo acogimiento a un mal estructural – màs que coyuntural – en los patrones de conducta, escala de valores y comportamientos que tienen a resoluciones de conflictos mediante la alternativa violenta; que suman una cuota de responsabilidad en la realidad que vivimos y sostenemos continuamente. ¿Por qué se guardó silencio al pasado y se ignoró el presente? ¿Dónde se encuentran los rostros de quienes acogieron la complicidad para este desenlace? ¿Cómo se refundará una tierra desde cimientos fracturados?

Es así que, sin sorpresas, Nicaragua se sumerge en tiempos cíclicos donde la memoria es una pieza que puede normativizar comportamientos para conducir el poder ya que apoderarse de ella es una vía para moldear márgenes de acción. Bien pone en cuestionamiento López Baltodano (2020) al abordar si las prácticas políticas son pautas de la memoria social, tomando en cuenta su fluctuante naturaleza con el diálogo en el espacio público (p. 169).

El desenvolvimiento de hechos en 2018 es tan solo un trazo en la fragilidad de un país gobernando bajo incompetencia hacia la subsanación ya que los modelos autoritarios predominan; proveyendo las condiciones para estallidos sociales y/o creando barreras para procesos democráticos a futuro, pero con un temor viviente cuya respuesta será figurada en una transición política: ¿el oprimido actúa porque quiere ser opresor? – cabe destacar el uso masculinizado de este lenguaje –.

A su vez, es menester analizar la crisis sociopolítica del país desde la lupa de la introspección histórica para entablar rumbos y desenlazar nudos que abonen a una fresca conducción política que requerirá de nuevos métodos para realizar cambios graduales que no impliquen la segregación de ninguna otra historia.

Escrito por: Thais Xiu

Comunicadora feminista 

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