Los sufrimientos que no se ven a simple vista, son aquellos que alguna vez me dijeron que no deberían de doler, pues era, lo que como mujer me tocaba vivir, pues “las cosas así son”, todos estos son provocados por aquellos mensajes, disfrazados de chistes, bromas, memes, canciones y comportamientos cotidianos, que a simple vista son tan sutiles, normales o naturales, pero que han sido cómplices invisibles de aquellas otras formas de violencias palpables, esas violencias tangibles, de esos golpes, abusos, violaciones, y los largos etcéteras que le siguen.
Hablo de la violencia simbólica, este monstruo silencioso que delicadamente borda los hilos de esta sociedad patriarcal de la que soy parte, estos mismos hilos han pretendido amordazar a mis ancestras, a mis hermanas y a mí, sin embargo, identificar todas estas formas de violencias, nombrarlas y no aceptarlas, es la premisa de esta batalla que día a día como mujeres sostenemos.
Crecí en una sociedad fundamentalista, desigual, corrupta, violenta, contra la que repentinamente hace unos años me revelé; abruptamente me vi inmersa en una lucha socio-política en la que buscaba la ruptura de ese sistema, a dos años que todo cambió, he tenido la oportunidad de darle un giro a la forma de ver las cosas, entre ellas es el replanteamiento del activismo mismo, considero que en muchos espacios han pretendido marcar el valor utilitario de luchas históricas bajo la imperativa necesidad de legitimidad, ninguna esfera social, cotidiana, académica, profesional o política está exenta de todas las formas de violencias contra las mujeres.
A diario como activista feminista lucho contra un sistema impuesto, es entonces que sostengo que la vida de activista se convierte en un reflejo de la cotidianidad, en una constante e interminable carrera de obstáculos, no obstante, para mi es importante detenerme un momento, poner en pausa, esa batalla tan amplia en la cual estaba sumergida y reflexionar en lo que se me había enseñado quien era el enemigo contra el que luchar, pues erróneamente creí que el enemigo únicamente era una dictadura asesina, por la cual hoy me encuentro pagando el alto precio del exilio.
Ha sido sumamente duro darme cuenta y dejar de romantizar una lucha que pretende ser secuestrada por las mismas prácticas machista y misóginas contra las cuales desde mucho antes de ser activista luchaba, desde mi esfera privada, pues desde niña advertí que por el hecho de nacer mujer, estaba obligada a cumplir estándares tan altos de “como ser mujer”, en el que cada uno de ellos eran inalcanzables; comenzando desde tu color de piel, apariencia, dimensiones corporales, atribuyendo la aceptabilidad de la feminidad al tamaño de tus bustos, vulva y trasero, siendo esto una imposición tan naturalizada, que el salir de estos estándares, te convertía en algo que no tenía valor alguno, pues el mérito del ser mujer dependía si estaba dentro de esos márgenes, adicional a esto, la imposición de patrones de comportamiento que determinaban que tenía que ser “femenina, delicada y callada” y siendo así, seriamos medianamente, aceptadas.
Con todo esto, es difícil crecer y no desarrollar un sin número de inseguridades que poco a poco te arrastran a lo paradójica lucha entre como “debería ser”, y lo que soy, las redes, la televisión, las revistas, el arte a diario mandaban el espantoso mensaje que no era lo suficiente, por lo tanto, tenía que luchar por alcanzar ese estándar de lo que la sociedad espera de mí.
Al crecer y ahora como activista feminista exiliada, me acepto dueña de un cuerpo por el cual han pasado tantas formas de violencias algunas tangibles y otras más sutiles, que estas últimas en lo particular me fueron difíciles de reconocer, pues estaban impregnadas de esa naturalidad, del: “así son las cosas”, en algún momento llegué a pensar que como sujeta política la lucha siempre tenía que ser hacia afuera, es decir, el luchar por libertades, justicia y oportunidades para todes, pero me di cuenta que dentro de ese “todes”, yo quedaba fuera.
Pues, es fácil sumergirse y perderse en el mundo del activismo político, ese activismo tradicional, machista, cómplice de tantas y tantas formas de violencias contra la mujer, y es que como mujer, es una constante disputa en contra de esta sociedad, romper esa estructura patriarcal es una labor de día a día, pues es esta sociedad misma que ha tejido esos hilos invisibles sobre la cual se sostiene y mantiene eficazmente la dominación milenaria del sistema patriarcal, donde esos hilos son tejidos con puntadas invisibles, sutiles, pero certeras, esas puntadas, son todas las expresiones de violencias simbólicas.
Elizabeth Villareal. Activista feminista, exiliada en Costa Rica. Ingeniera química, atleta de crossfit y mamá de una perrihija.